Llegué para irme...

Volví a llegar, después de dos días.
Apenas si el tibio sol acaricio mi rostro, en ese regreso.
No recuerdo el motivo, pero hacía dos noches que no sabía de la claridad del día.
Mientras el ascensor emprendía su ascenso, registre por primera vez mi fátiga.
Dudé, pero decidí observarme en el espejo del cubículo que me transportaba.
La camisa fuera del pantalón, la corbata decididamente corrida a la izquierda del cuello, y el saco, con un lamparón blanco en la solapa.
En busca de la llave introduje mi mano en el bolsillo del pantalón, la punta de mis dedos, se toparon con una matraca de madera.
Souvenir del carnaval carioca del casamiento de Pico Colombo.
La frenada del ascensor hizo que me tambaleara hacia delante, recobrando el equilibrio con mi frente.
Me encontraba ya, en el séptimo piso.
A esta altura ya sabía que iba a ser una dura resaca.
Desistí de las llaves y toque timbre.
EL sonido del timbre, hizo que recordara, que llegaba para irme.
La puerta se abrió. Y ahí estaba ella.
Dio media vuelta y camino dos metros, instalándose, al lado del sillón.
Al cruzar el marco de la puerta, divise dos bolsos al lado del gato.
Ella, envuelta en su robe de chambre, con el cabello recogido, y los ojos irritados por las lágrimas, mostraba una imagen desgastada por la espera. Triste,trágica,y bella.
Pasaron tres minutos, tal vez cuatro.
Aniquilando el silencio, dijo: “Yo no me quemé la vista estudiando, para estar con alguien como vos. Pretendo alguien acorde a mí.
Te vas, no quiero Quijotes en mi casa” Grito.
Ese grito me informó,que era la primera vez, en un largo tiempo, que volvíamos a estar de acuerdo.

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